Érase una noche ardiente, de un año cambiante, de un día expectante, de una vida errante.
La existencia dispuesta a sorprender y el destino a reírse una vez más de la ingenuidad de la fragilidad.
Una rosa de un día extraño, tras encuentros vacíos, silencios extenuantes, insidia y esperas comunes.
Momentos de emoción.
Una canción, el deseo de oír sonar algo que haga vibrar el corazón.
Las jinetas negras del Apocalipsis lésbico de la ciudad de amor y odio llena.
Sombras y cuerpos candentes, condescendientes, absortos y vehementes.
Qué querrá de mi la existencia, que me trae tantas flores, cuando siembro hierba.
Qué querrás de mi río erosionar, para que salga hiedra.
Sólo el instante sempiterno, la paz y la paciencia. Yo ardiendo en el fuego eterno y tu bailando en la hoguera. Las lobas aullando a una luna desierta, mis venas tiritando de impaciencia. No seré yo quien desate mis bridas y desboque mi yegua.
Si es el viento, brisa marina, que enneblina las calles de calor de otoño, de vaho sudoroso que irradia las fachadas modernistas, que doblega los párpados, y conglomera las estridencias de las coincidencias de ésta insignificante y latente intriga que nos envenena. Atada a mis cadenas, de las que me enamoro, sufriendo mi condena, arrastrando mi pena, con botas de siete leguas. Esperando las alas de la inconsciencia, a que brote la senda oculta hacia el infinito, hacia el final del mundo, donde se halla el arco iris. Nuevos lugares infranqueables, música rodiada de maleficios.
Una doncella en la colina de las melodías, una águila acechante en la quietud de las velas de la candela.
Una viajante desconocida, una tormenta que deviene en versos contagiosos, de sutilezas que me doblegan al recuerdo de mi misma, de mi a través de mi reflejo en el espejo de la plaza de las almas curtidas por heridas de labios secos y palabras a medias.
Explicar lo inexplicable. Detener los pies, por si corren demasiado, detener los saltos, por si emprenden el vuelo en la caída a los abismos del descontrol.
Ojos ciegos, ojos negros y brillantes. Pestañas batiendo las olas y embraveciendo éste mar siempre sereno, huracanes abatiendo el cielo y convirtiéndolo en infierno.
Quiero coger el anillo mágico y que al introducírmelo en mi dedo me haga desaparecer. Y ver qué reacción tendrían las palomas cojas que rodean mi cuerpo inerte en el suelo.
La curiosidad no puede con mis ansias de velocidad.
La existencia dispuesta a sorprender y el destino a reírse una vez más de la ingenuidad de la fragilidad.
Una rosa de un día extraño, tras encuentros vacíos, silencios extenuantes, insidia y esperas comunes.
Momentos de emoción.
Una canción, el deseo de oír sonar algo que haga vibrar el corazón.
Las jinetas negras del Apocalipsis lésbico de la ciudad de amor y odio llena.
Sombras y cuerpos candentes, condescendientes, absortos y vehementes.
Qué querrá de mi la existencia, que me trae tantas flores, cuando siembro hierba.
Qué querrás de mi río erosionar, para que salga hiedra.
Sólo el instante sempiterno, la paz y la paciencia. Yo ardiendo en el fuego eterno y tu bailando en la hoguera. Las lobas aullando a una luna desierta, mis venas tiritando de impaciencia. No seré yo quien desate mis bridas y desboque mi yegua.
Si es el viento, brisa marina, que enneblina las calles de calor de otoño, de vaho sudoroso que irradia las fachadas modernistas, que doblega los párpados, y conglomera las estridencias de las coincidencias de ésta insignificante y latente intriga que nos envenena. Atada a mis cadenas, de las que me enamoro, sufriendo mi condena, arrastrando mi pena, con botas de siete leguas. Esperando las alas de la inconsciencia, a que brote la senda oculta hacia el infinito, hacia el final del mundo, donde se halla el arco iris. Nuevos lugares infranqueables, música rodiada de maleficios.
Una doncella en la colina de las melodías, una águila acechante en la quietud de las velas de la candela.
Una viajante desconocida, una tormenta que deviene en versos contagiosos, de sutilezas que me doblegan al recuerdo de mi misma, de mi a través de mi reflejo en el espejo de la plaza de las almas curtidas por heridas de labios secos y palabras a medias.
Explicar lo inexplicable. Detener los pies, por si corren demasiado, detener los saltos, por si emprenden el vuelo en la caída a los abismos del descontrol.
Ojos ciegos, ojos negros y brillantes. Pestañas batiendo las olas y embraveciendo éste mar siempre sereno, huracanes abatiendo el cielo y convirtiéndolo en infierno.
Quiero coger el anillo mágico y que al introducírmelo en mi dedo me haga desaparecer. Y ver qué reacción tendrían las palomas cojas que rodean mi cuerpo inerte en el suelo.
La curiosidad no puede con mis ansias de velocidad.
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